martes, 31 de julio de 2012

LA PAZ, URBE FÉNIX - VISIÓN METROPOLITANO (Cortecia de: Arq. Carlos Calvimontes Rojas)



LA PAZ, URBE FÉNIX

CARLOS CALVIMONTES ROJAS

Toda vivienda, en departamento o casa, tiene por lo menos cuatro horas diarias de sol en invierno. Los edificios han crecido mucho en altura, sin crear áreas de sombra permanente ni corredores de viento. Las laderas están ocupadas por vivienda de gente que puede costear la habilitación de ellas, para disfrutar del mejor paisaje. El acondicionamiento de las áreas en pendiente no las hace vulnerables a deslizamientos y derrumbes. La recuperación de la vivienda en el área central ha mejorado la vitalidad de ésta. Se construyen edificios de departamentos para su alquiler a familias jóvenes, hasta que éstas puedan lograr su vivienda definitiva. Hay otros edificios para gente jubilada cuyas familias se redujeron de tamaño. Se restringe la expansión de las áreas de vivienda por encima de los 3.700 metros s.n.m.

Cuatrocientos cursos de agua de la ciudad están controlados y se recuperó a los mayores para su aprovechamiento paisajístico. Las vistas protegidas al paisaje natural y al transformado son parte importante del patrimonio urbano. Otra parte de éste, el arquitectónico y urbanístico, es también gala de la urbe. Se protegió a las avecillas de este hábitat, para alegrar extensos parques y arboledas. El Parque Central es atractivo diario para propios y extraños. Existe una red de áreas protegidas para controlar la vulnerabilidad ante los desastres naturales y preservar el patrimonio cultural y paisajístico. Hay abundancia de basureros y bancos en todas partes. Se encuentra un mingitorio público cada doscientos metros. La señalética urbana es completa. Hay un eficiente sistema de numeración de predios.

Existe un sistema de transporte masivo de alta velocidad que tiene paradas establecidas y recorridos con horario; por su eficiencia, va disminuyendo velozmente el número de vehículos particulares, aunque éstos ya funcionan con sistemas que han reemplazado a los de combustión interna. La vialidad es de primer nivel y el tráfico vehicular es fluido a toda hora. La conexión de la urbe con el exterior se realiza por la autopista que, por Achachicala y Limanpata, llega a un distribuidor fuera del área conurbada y al nuevo aeropuerto metropolitano. Sólo hay un vínculo interurbano con la ciudad de El Alto, ésta ―ahora completamente autosuficiente― ya no es el paso obligado para llegar a La Paz.

Se eliminó el acceso vehicular particular al área central. La peatonalidad prima en ésta y en los subcentros de la urbe. Las aceras son de absoluto dominio de los transeúntes y en ellas se privilegia a los minusválidos. El cruce de las personas en las calzadas es seguro. Hay puentes peatonales cubiertos y, en altura, otros cerrados que unen edificios con frentes sobre la misma vía. Es frecuente encontrar aceras en galería y edificios con plazas debajo de ellos. Se instaló luminarias de gran altura y potencia en vías y espacios de mucho tráfico. El arreglo integral de la Plaza de San Francisco y su entorno ha logrado un área emblemática de la ciudad.

Es riguroso el control de la compatibilidad ambiental y funcional en los usos de áreas urbanas y edificios; no hay una feria al lado de un hospital, un bar vecino a un templo o un prostíbulo en un edificio de vivienda. El comercio en puestos ocupa corazones de manzana. Hay un complejo central donde se ha reunido las oficinas del gobierno nacional. El subsuelo de la Plaza Murillo es un gran estacionamiento vehicular y tiene instalaciones de servicio gubernamental. En los de otras plazas también hay ese estacionamiento junto con servicios comerciales. El equipamiento comunitario está bien distribuido y al alcance peatonal de sus usuarios. El municipio ha recuperado los inmuebles de su propiedad en otro tiempo en poder de particulares. Existe un folklordromo.

La ciudad es la cabeza de una metrópoli organizada que tiene unos seis millones de habitantes. La planificación del conjunto es el patrón al que se acomoda la de los municipios conurbados. El equipamiento comunitario de escala metropolitana es de propiedad proporcional de ellos y está bajo una administración conjunta. Las municipalidades correspondientes crearon un importante fondo para estudios y obras en las poblaciones menores del Departamento. Se logró revertir la migración hacia la metrópoli, por el progreso general de esas poblaciones y el aumento de la calidad de vida en ellas, lo mismo que ocurre en otras ciudades del país.

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Hace algunas décadas, por la rápida confluencia de muchos factores, algo muy grave ocurrió en pocos años y afectó a la población en general. La calidad de vida de ésta se volvió espantosa. Había caravanas de vehículos detenidos por días. Duraba más un viaje local que uno a otra ciudad. Se mal habilitó dormitorios en las oficinas para cuando los empleados no podían volver a sus hogares. Los deslizamientos de tierra en las laderas también ocurrían fuera de la época de lluvias. Pudo un derrumbe en el angosto de Aranjuez haber creado un lago hasta Obrajes y San Miguel. Aún con cielo despejado las calles eran sombrías y frías; por una parte, los niños conocían más el sol y la vegetación por televisión; por otra, los vientos convectivos dispersaban en el aire diversidad de objetos livianos. Se consumía agua de corrientes contaminadas. Los mejores edificios de otra época eran tugurios infames. Los colorinches en las fachadas ofuscaban. Ocurrían crímenes sangrientos a plena luz del día en la Plaza Abaroa y en el Prado. El centro urbano era una sola feria permanente. La mendicidad era parte del pluriempleo. Los loteadores tenían representación formal en el Concejo Municipal. La propaganda mural y el graffiti pasaron de los monumentos a los altares. Se perdían niños en los basurales de las calles. La deyección de los perros vagabundos significaba cinco kilos mensuales por persona. Las ratas acabaron con los gatos. En los olores de la urbe la pestilencia de los ríos era fragancia. Las manifestaciones por diversas causas se mezclaban en una sola; los dinamitazos eran la señal del mediodía. Se levantaba el cerco a la ciudad de vez en cuando. Pretendió un subalcalde de Palca tener sede en la Calle Jaén. Todo hacía pensar que la ciudad había llegado a su estado terminal. Comenzó un éxodo masivo.

Fue terrible que se hubiese llegado a esos extremos: por la incompetencia y venalidad de funcionarios públicos de diferentes sectores y niveles, por la indiferencia e ignorancia de políticos locales y nacionales, por lo anodino de entidades cívicas, por la impudicia de constructores de edificios, por la abulia de la gente corriente. Sin embargo, en ésta misma estaba el germen del cambio: el brutal clímax al que se había llegado la hizo reaccionar, hasta encontrar la convergencia que por fin sacudió a funcionarios, políticos, gobernantes, profesionales, dirigentes, empresarios, y personas de todo nivel, ocupación y origen.

El proceso no fue fácil ni breve, se tuvo que vencer muchas dificultades: superar atavismos, convencer a descreídos, motivar a reticentes, liquidar los intereses creados. Por fin se redescubrió que la obra más noble de la humanidad es la ciudad y se mancomunó esfuerzos. El cambio de actitud producido hizo que de meros ocupantes todos se convirtieran en auténticos ciudadanos.

Se armonizó criterios y hubo un acuerdo general sobre lo que debía ser la urbe en diferentes plazos. Se encaró su planificación y desarrollo sustentable en forma integral y con visión nacional, regional y metropolitana. La correlativa formulación y aplicación de la normativa urbana fue correcta, completa y coherente. Fue sorprendente el resultado de la emulación por hacer todo lo mejor. El buen pensar y hacer cundió también en el país.

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La ciudad ha alcanzado su plenitud y es la primada de Bolivia. Corazón de la metrópoli, tiene alrededor de dos millones de habitantes, con buena calidad de vida. Ha llegado a su límite de crecimiento y es mejor que ya no crezca. Es jauja del turismo y la inversión. Sus ciudadanos viven felices y orgullosos de ella. Se extraña a las potolas; el país también se ha recuperado.

Pero se presentan situaciones sociales otrora impensables. El empleo público es obligatorio en uno de cada cinco años, porque la burocracia ya no es atractiva. La cantidad de gente en la cuarta edad es grande y el Parque Central de día parece una convención de ancianos. El número de niños ha disminuido y hay escuelas vacías.

Por el universal uso de la telefonía móvil, la del servicio público es gratuita y la usan casi sólo los turistas. Por las facilidades cibernéticas muchos empleados trabajan en sus casas o en cualquier espacio público; el trabajo se mide por la productividad. Por las mismas causas tecnológicas, el dinero en papel moneda es escaso, sólo sirve para dar limosnas en las iglesias o a los mendigos ―que existen por vicio más que por necesidad―. Los más perjudicados por la modificación monetaria han sido los coimeros, grandes y pequeños.

En las calles de alguna pendiente hay escaleras mecánicas. Las Alasitas duran año redondo. Está programado el evento folklórico de cada día. Ha cambiado el clima; llueve mucho durante siete meses al año. Cuando hace sol, todos ―desde los niños― llevan lentes oscuros. La gente viste como antes en Cochabamba. El Illimani apenas tiene nieve en sus cumbres.

En los parques florecen los manzanos...


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