LA
PAZ, URBE FÉNIX
CARLOS CALVIMONTES ROJAS
Toda vivienda, en departamento o
casa, tiene por lo menos cuatro horas diarias de sol en invierno. Los edificios
han crecido mucho en altura, sin crear áreas de sombra permanente ni corredores
de viento. Las laderas están ocupadas por vivienda de gente que puede costear
la habilitación de ellas, para disfrutar del mejor paisaje. El
acondicionamiento de las áreas en pendiente no las hace vulnerables a
deslizamientos y derrumbes. La recuperación de la vivienda en el área central
ha mejorado la vitalidad de ésta. Se construyen edificios de departamentos para
su alquiler a familias jóvenes, hasta que éstas puedan lograr su vivienda
definitiva. Hay otros edificios para gente jubilada cuyas familias se redujeron
de tamaño. Se restringe la expansión de las áreas de vivienda por encima de los
3.700 metros s.n.m.
Cuatrocientos cursos de agua de
la ciudad están controlados y se recuperó a los mayores para su aprovechamiento
paisajístico. Las vistas protegidas al paisaje natural y al transformado son
parte importante del patrimonio urbano. Otra parte de éste, el arquitectónico y
urbanístico, es también gala de la urbe. Se protegió a las avecillas de este
hábitat, para alegrar extensos parques y arboledas. El Parque Central es
atractivo diario para propios y extraños. Existe una red de áreas protegidas
para controlar la vulnerabilidad ante los desastres naturales y preservar el
patrimonio cultural y paisajístico. Hay abundancia de basureros y bancos en
todas partes. Se encuentra un mingitorio público cada doscientos metros. La
señalética urbana es completa. Hay un eficiente sistema de numeración de
predios.
Existe un sistema de transporte
masivo de alta velocidad que tiene paradas establecidas y recorridos con
horario; por su eficiencia, va disminuyendo velozmente el número de vehículos
particulares, aunque éstos ya funcionan con sistemas que han reemplazado a los
de combustión interna. La vialidad es de primer nivel y el tráfico vehicular es
fluido a toda hora. La conexión de la urbe con el exterior se realiza por la
autopista que, por Achachicala y Limanpata, llega a un distribuidor fuera del
área conurbada y al nuevo aeropuerto metropolitano. Sólo hay un vínculo
interurbano con la ciudad de El Alto, ésta ―ahora completamente autosuficiente―
ya no es el paso obligado para llegar a La Paz.
Se eliminó el acceso vehicular
particular al área central. La peatonalidad prima en ésta y en los subcentros
de la urbe. Las aceras son de absoluto dominio de los transeúntes y en ellas se
privilegia a los minusválidos. El cruce de las personas en las calzadas es
seguro. Hay puentes peatonales cubiertos y, en altura, otros cerrados que unen
edificios con frentes sobre la misma vía. Es frecuente encontrar aceras en
galería y edificios con plazas debajo de ellos. Se instaló luminarias de gran altura
y potencia en vías y espacios de mucho tráfico. El arreglo integral de la Plaza
de San Francisco y su entorno ha logrado un área emblemática de la ciudad.
Es riguroso el control de la
compatibilidad ambiental y funcional en los usos de áreas urbanas y edificios;
no hay una feria al lado de un hospital, un bar vecino a un templo o un
prostíbulo en un edificio de vivienda. El comercio en puestos ocupa corazones
de manzana. Hay un complejo central donde se ha reunido las oficinas del
gobierno nacional. El subsuelo de la Plaza Murillo es un gran estacionamiento
vehicular y tiene instalaciones de servicio gubernamental. En los de otras
plazas también hay ese estacionamiento junto con servicios comerciales. El
equipamiento comunitario está bien distribuido y al alcance peatonal de sus
usuarios. El municipio ha recuperado los inmuebles de su propiedad en otro
tiempo en poder de particulares. Existe un folklordromo.
La ciudad es la cabeza de una
metrópoli organizada que tiene unos seis millones de habitantes. La
planificación del conjunto es el patrón al que se acomoda la de los municipios
conurbados. El equipamiento comunitario de escala metropolitana es de propiedad
proporcional de ellos y está bajo una administración conjunta. Las
municipalidades correspondientes crearon un importante fondo para estudios y
obras en las poblaciones menores del Departamento. Se logró revertir la
migración hacia la metrópoli, por el progreso general de esas poblaciones y el
aumento de la calidad de vida en ellas, lo mismo que ocurre en otras ciudades
del país.
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Hace algunas décadas, por la
rápida confluencia de muchos factores, algo muy grave ocurrió en pocos años y
afectó a la población en general. La calidad de vida de ésta se volvió
espantosa. Había caravanas de vehículos detenidos por días. Duraba más un viaje
local que uno a otra ciudad. Se mal habilitó dormitorios en las oficinas para
cuando los empleados no podían volver a sus hogares. Los deslizamientos de
tierra en las laderas también ocurrían fuera de la época de lluvias. Pudo un
derrumbe en el angosto de Aranjuez haber creado un lago hasta Obrajes y San
Miguel. Aún con cielo despejado las calles eran sombrías y frías; por una
parte, los niños conocían más el sol y la vegetación por televisión; por otra,
los vientos convectivos dispersaban en el aire diversidad de objetos livianos.
Se consumía agua de corrientes contaminadas. Los mejores edificios de otra
época eran tugurios infames. Los colorinches en las fachadas ofuscaban.
Ocurrían crímenes sangrientos a plena luz del día en la Plaza Abaroa y en el
Prado. El centro urbano era una sola feria permanente. La mendicidad era parte
del pluriempleo. Los loteadores tenían representación formal en el Concejo
Municipal. La propaganda mural y el graffiti pasaron de los monumentos a los
altares. Se perdían niños en los basurales de las calles. La deyección de los
perros vagabundos significaba cinco kilos mensuales por persona. Las ratas
acabaron con los gatos. En los olores de la urbe la pestilencia de los ríos era
fragancia. Las manifestaciones por diversas causas se mezclaban en una sola;
los dinamitazos eran la señal del mediodía. Se levantaba el cerco a la ciudad
de vez en cuando. Pretendió un subalcalde de Palca tener sede en la Calle Jaén.
Todo hacía pensar que la ciudad había llegado a su estado terminal. Comenzó un
éxodo masivo.
Fue terrible que se hubiese
llegado a esos extremos: por la incompetencia y venalidad de funcionarios
públicos de diferentes sectores y niveles, por la indiferencia e ignorancia de
políticos locales y nacionales, por lo anodino de entidades cívicas, por la
impudicia de constructores de edificios, por la abulia de la gente corriente.
Sin embargo, en ésta misma estaba el germen del cambio: el brutal clímax al que
se había llegado la hizo reaccionar, hasta encontrar la convergencia que por
fin sacudió a funcionarios, políticos, gobernantes, profesionales, dirigentes,
empresarios, y personas de todo nivel, ocupación y origen.
El proceso no fue fácil ni breve,
se tuvo que vencer muchas dificultades: superar atavismos, convencer a
descreídos, motivar a reticentes, liquidar los intereses creados. Por fin se
redescubrió que la obra más noble de la humanidad es la ciudad y se mancomunó
esfuerzos. El cambio de actitud producido hizo que de meros ocupantes todos se
convirtieran en auténticos ciudadanos.
Se armonizó criterios y hubo un
acuerdo general sobre lo que debía ser la urbe en diferentes plazos. Se encaró
su planificación y desarrollo sustentable en forma integral y con visión
nacional, regional y metropolitana. La correlativa formulación y aplicación de
la normativa urbana fue correcta, completa y coherente. Fue sorprendente el
resultado de la emulación por hacer todo lo mejor. El buen pensar y hacer
cundió también en el país.
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La ciudad ha alcanzado su
plenitud y es la primada de Bolivia. Corazón de la metrópoli, tiene alrededor
de dos millones de habitantes, con buena calidad de vida. Ha llegado a su
límite de crecimiento y es mejor que ya no crezca. Es jauja del turismo y la
inversión. Sus ciudadanos viven felices y orgullosos de ella. Se extraña a las potolas;
el país también se ha recuperado.
Pero se presentan situaciones
sociales otrora impensables. El empleo público es obligatorio en uno de cada
cinco años, porque la burocracia ya no es atractiva. La cantidad de gente en la
cuarta edad es grande y el Parque Central de día parece una convención de
ancianos. El número de niños ha disminuido y hay escuelas vacías.
Por el universal uso de la
telefonía móvil, la del servicio público es gratuita y la usan casi sólo los
turistas. Por las facilidades cibernéticas muchos empleados trabajan en sus
casas o en cualquier espacio público; el trabajo se mide por la productividad.
Por las mismas causas tecnológicas, el dinero en papel moneda es escaso, sólo
sirve para dar limosnas en las iglesias o a los mendigos ―que existen por vicio
más que por necesidad―. Los más perjudicados por la modificación monetaria han
sido los coimeros, grandes y pequeños.
En las calles de alguna pendiente
hay escaleras mecánicas. Las Alasitas duran año redondo. Está programado el
evento folklórico de cada día. Ha cambiado el clima; llueve mucho durante siete
meses al año. Cuando hace sol, todos ―desde los niños― llevan lentes oscuros.
La gente viste como antes en Cochabamba. El Illimani apenas tiene nieve en sus
cumbres.
En los parques florecen los
manzanos...
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